El amor que florece, no arranca raíces
- Angélica

- 30 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago
Hay amores que encienden, que inspiran, que expanden. Y hay otros que confunden, que disuelven, que consumen sin que uno lo note de inmediato.
El inicio suele parecer claro: dos personas que se eligen, que se cuidan, que se emocionan al descubrirse. Todo gira en torno al otro. Las miradas, las prioridades, incluso el tiempo comienza a medirse distinto. El amor llega con fuerza, y con él, la entrega.
Pero a veces, en esa entrega, algo se pierde.
Sin darse cuenta, hay quien empieza a ceder espacios propios. A postergar planes personales. A callar intuiciones. A apagar emociones que antes daban vida. No por imposición directa, sino por ese deseo profundo y muchas veces inconsciente de ser suficiente para el otro. De no incomodar. De no arriesgar el vínculo. Y entonces, con los días, una pregunta comienza a asomar silenciosa, como un susurro:
¿Esto que siento todavía es amor… o ya me estoy perdiendo?
Es fácil romantizar la fusión, esa idea de que el amor verdadero implica ser “uno solo”. Pero cuando se borra la individualidad, cuando el otro se vuelve centro y uno se vuelve sombra, lo que se vive ya no es amor pleno. Es una forma sutil de abandono de sí.
Perderse en el amor no siempre duele de inmediato. Al contrario, muchas veces se vive con ilusión, como si dejar partes de uno mismo fuera una prueba de compromiso. Pero con el tiempo, ese vacío interno empieza a pesar. La voz interior se debilita. Lo que antes emocionaba se vuelve lejano. Lo propio se vuelve ajeno.
Y es ahí donde aparece la paradoja: ¿Es amor si hay que dejar de ser quien uno es para sostenerlo?
El amor auténtico no pide renuncias esenciales. No exige que uno se achique para que el otro encaje. El amor verdadero cuida sin controlar, acompaña sin absorber, celebra sin condiciones.
Amar no debería doler en el alma ni exigir que uno desaparezca. Amar bien, amar profundamente, es también recordarse. Es poder mirar al otro sin dejar de verse a uno mismo. Porque el verdadero amor no se construye a costa de uno, sino con uno.
A veces, el acto más valiente no es quedarse… sino volver. Volver a lo que se dejó. A lo que se silenció. A lo que aún está por florecer.
Amar no es perderse. Es encontrarse con otro sin dejar de habitarse.
Es volver a ti… y quedarte.
Porque cuando el amor es real, no te borra: te expande.

Fuentes consultadas:
Norwood, R. (1985). Women Who Love Too Much. Pocket Books.
Neff, K. D. (2011). Self-Compassion: The Proven Power of Being Kind to Yourself. William Morrow.











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