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Cuando todo urge, lo esencial se esconde

Vivimos en una cultura de lo inmediato. Todo corre: las respuestas, las entregas, los vínculos. La velocidad se ha vuelto sinónimo de eficiencia, y la prisa, una forma de orgullo.

“Estoy full”, “no paro”, “ando corriendo” se dicen con la frente en alto, como si estar agotados fuera una medalla. Pero en medio de tanto movimiento, algo se pierde: la capacidad de detenernos a ver qué importa de verdad.

Lo esencial es que da sentido no grita. No exige.No entra en listas de pendientes.No se mide en métricas ni se publica en redes. Lo esencial se revela en los márgenes:

  • En una conversación sin reloj.

  • En una caminata sin audífonos.

  • En una mirada que no tiene prisa.

  • En un “¿cómo estás?” que espera respuesta de verdad.

Y sin embargo, esas cosas que más alimentan la vida son justo las que se aplazan cuando todo urge. Porque no “producen”. Porque no “avanzan”. Porque no traen likes ni resultados inmediatos. Pero qué caro nos sale olvidarlas.


Una sociedad que no se detiene a respirar, que no deja espacio para lo lento, para lo sutil, para lo humano… corre el riesgo de olvidar para qué corre.

Volver a lo esencial no requiere mudarse al bosque ni desconectarse del mundo. A veces es solo una pausa. Un acto mínimo de presencia. Un gesto deliberado para recordar lo que somos más allá de lo que hacemos. Porque cuando todo urge, lo esencial se esconde.


Y tal vez, lo que más necesitamos ahora… es aprender a quitar la prisa para ver lo que permanece.


 
 
 

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