La soledad no siempre es enemiga
- Angélica

- 23 jul
- 2 Min. de lectura
Hubo un tiempo, en mi pubertad para ser especifica que pensé que si no había mensajes, planes, ruido, entonces había un problema.
Me enseñaron como a muchos que la soledad es algo que se evita, que se combate, que se llena. Pero un día, en medio del silencio, entendí algo distinto: la soledad no siempre es enemiga.
En un mundo que nos premia por estar siempre conectados, la idea de “quedarse solo” parece una condena. Y sí, hay soledades que duelen. La del abandono, la de sentirse invisible, la que nace del desamor. No voy a romantizar eso.
Pero también existe otra soledad: la que no aísla, sino que abre espacio. La que no hiere, sino que sostiene. La que nos devuelve a nosotras mismas cuando nos hemos perdido entre expectativas, pantallas o agendas demasiado llenas.
Esa soledad elegida puede ser abrigo. Puede ser pausa.
Puede ser la única manera de escuchar lo que tanto tiempo hemos callado.
Hay estudios que muestran que momentos de soledad conscientes lo que se conoce como solitude en psicología tienen efectos positivos en la creatividad, la regulación emocional y la conexión espiritual. No se trata de alejarnos del mundo, sino de regresar a casa en nosotros mismos.
Cuando aprendí a quedarme conmigo sin miedo, empecé a ver cosas que antes ignoraba:
Lo que realmente me gusta. Lo que me incomoda. Lo que me calma. Lo que me hace reír cuando nadie me está mirando. Descubrí que estar sola no significa estar vacía, sino estar llena de mí.
Y desde ahí, la compañía también cambia. Ya no es una necesidad desesperada, sino una elección genuina. Uno empieza a rodearse no para tapar vacíos, sino para compartir plenitud.
Porque sí, la soledad puede doler. Pero también puede sanar.
Puede enseñarnos a no tenerle miedo al eco de nuestros pensamientos. A sostenernos con nuestras propias manos.
A darnos cuenta de que somos más fuertes de lo que creemos. Entonces, si hoy te sientes sol@, no lo veas como derrota.
Quizás, solo quizás, estás frente a una oportunidad de reencuentro. Y en ese espacio, entre el silencio y la calma, puede surgir algo inmenso: tú misma, en versión completa.

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