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¿Qué aprendimos realmente del confinamiento?

Octubre, cuatro años después


“Decíamos ‘cuando todo vuelva a la normalidad’, sin entender que esa normalidad ya no volvería. Y que quizá no debería hacerlo.”

Octubre de 2020 fue un mes extraño.

Habíamos sobrevivido al encierro más estricto, y empezábamos a salir “con cuidado”, con cubrebocas y distancia, a una realidad que se sentía igual… pero no lo era.

Hoy, cuatro años después, esa etapa parece lejana. Pero su eco aún vive en nuestras rutinas, en nuestra salud mental, en la forma en la que trabajamos, y sobre todo, en lo que no decimos.

Entonces, la pregunta ya no es qué pasó, sino: ¿Qué nos dejó realmente el confinamiento? ¿Qué aprendimos… y qué olvidamos demasiado rápido?


 Los datos que no deberíamos pasar por alto

  • +6 millones de muertes por COVID-19 a nivel mundial (OMS, 2023).

  • La depresión global aumentó un 28% y la ansiedad un 26%, especialmente en mujeres y jóvenes (The Lancet, 2022).

  • En México, 1 de cada 3 personas reporta aún secuelas emocionales del confinamiento (UNAM, 2024).

  • El 58% de los trabajadores mexicanos adoptaron esquemas híbridos o remotos, pero más del 45% sufre de “soledad digital” (Universidad Iberoamericana, 2023).


Muchas personas no solo perdieron familiares. Perdieron rutinas, proyectos, tiempo, certezas. Y, en muchos casos, no se les permitió nombrarlo como duelo.

Yo misma recuerdo que octubre 2020 me encontró con una sonrisa frente a la cámara en Zoom… y con un nudo en la garganta cuando se cerraba la sesión por un evento que suponía sería presencial y el primero en Morelia. Hacía listas de hábitos nuevos, recetas saludables, “cosas por agradecer”… pero había días en los que no podía levantarme. Nadie hablaba de eso en voz alta. Estábamos más conectados que nunca… pero muchas veces más solos que nunca.

¿De verdad cambiamos… o solo nos adaptamos? Durante el confinamiento, se habló de una “nueva conciencia colectiva”. Que ahora íbamos a valorar el tiempo, a vivir más lento, a priorizar lo humano. Y sí, muchos cambiaron hábitos, se re conectaron consigo mismos, se atrevieron a nuevas decisiones.

Pero también:

  • Volvimos al sobretrabajo.

  • A llenar agendas.

  • A evadir el silencio.

  • A romantizar la productividad como anestesia emocional.

Quizá no aprendimos a vivir diferente. Solo aprendimos a funcionar bajo nuevas máscaras. Las lecciones reales, las que incomodan

  1. Somos más frágiles de lo que creíamos. Y eso no es malo. Solo que nadie nos enseñó a tolerar la incertidumbre.

  2. La salud mental es tan esencial como la física. Y sigue sin ser prioridad real en la mayoría de los sistemas.

  3. Lo colectivo importa. El cuidado mutuo no fue moda: fue una necesidad que hoy hemos olvidado.

  4. El tiempo es finito. Pero seguimos actuando como si todo pudiera esperar.


¿Y ahora qué?

Este octubre, a 4 años del otoño que nos marcó, vale la pena detenerse.

Preguntarnos:

  • ¿Cómo ha cambiado mi manera de vivir desde entonces?

  • ¿Qué aprendí y qué me niego a ver?

  • ¿Qué heridas me dejó ese encierro… y cuáles aún no he sanado?

Cuatro años después, el mundo se mueve rápido. Ya casi nadie habla del confinamiento. Pero aún quedan personas con ansiedad cuando escuchan una tos. Aún hay jóvenes que no vivieron su graduación. Aún hay padres que no volvieron del hospital. Aún hay niños con miedo al silencio. La pandemia terminó en los boletines.

Pero no en la memoria emocional colectiva. Y recordarlo no es volver al dolor. Es honrar el aprendizaje. Y, tal vez, no seguir repitiendo lo que aún nos pesa.


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 Referencias:

  • World Health Organization (2023). Coronavirus dashboard.

  • Santomauro, D. F., et al. (2022). Global prevalence and burden of depressive and anxiety disorders in 204 countries and territories in 2020 due to the COVID-19 pandemic. The Lancet.

  • Universidad Nacional Autónoma de México (2024). Secuelas emocionales post-COVID en la población mexicana.

  • Universidad Iberoamericana (2023). La fatiga digital y la soledad laboral tras la pandemia.

 
 
 

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